viernes, 17 de abril de 2009

De la Novela : TUMBAS DE ARENA. (Capitulo 39)

Por: Nelson Alonso Ameijeiras

Cuando la Mora consideró que había apretado suficiente la tuerca, fue a comprobar el arranque, y seguía muerto; lo más sensato sería apretarla más. En todo el pisicorre no aparecía una herramienta. Luisa, recostada al guardafango, movía sus presentimientos sin darles descanso; llevaban muchas horas en el intento de salir hacia Girón. La fuerza de las dos juntas no había alcanzado para encarrilar el viaje. Una de sus tías, la espiritista, la había preparado para luchar; muchas veces le repitió, si tu hombre está en peligro sigue detrás de él, el necesita de tu energía. Quizá por eso los dedos de Luisa también empezaron a apretar la tuerca. La Mora quiso requintarla más, y de un resbalón se partió una uña. Un desconsuelo se apodero de ella, su mamá siempre le decía que las manos mostraban la delicadeza de la mujer; cuando puso los cinco dedos de paraban se los vio sucios, llenos de grasa, hasta el antebrazo se le había ennegrecido; para aligerarse de culpas le achacó algunas a la inutilidad de la amiga. Luisa identificó su mirada, le conocía la soberbia. La Mora le oyó, que buscara un alicate, si no quería quedarse mocha. La Mora escondió la mano y corrió al interior del vehículo; desanudo la gamuza de la caña del timón y empezó a frotarse las manos y los brazos; levantó la cabeza para mirarse en el retrovisor: su nariz se achataba, las puntas de los cabellos se le pegaban en la frente, los ojos se le abrieron y los vio enrojecido. Ahora parecía hacerle un pedido secreto al espejito. Al momento bajó del carro más dispuesta, tal si le hubieran concedido el deseo; empezó a caminar rumbo al Central. A pocos pasos una galopada que terminó en medio de las dos, hizo que se detuviera; para molestar a Luisa le dijo que a la suerte no había que salir a buscarla si un hombre estaba dispuesto a complacerla; Cuidador llegaba de auxilio en el momento preciso. El caballo temblaba por la carrera. Luisa sujetaba las riendas, y para tranquilizarlo le pasaba la mano por la crin; una esperanzadora tentación la asaltó; la bestia era un transporte seguro, pero tenía atravesada a la amiga. A través del parabrisas, la Mora le hacía señas para que se acercara; bajito le dijo que mejor les iría si aguantaba las riendas de Cuidador. Luisa usó el mismo tono para advertirle que si el auto seguía roto, se iría sola en el caballo. La risa de la Mora alborotaba; la posibilidad real de llegar era el pisicorre y la bandera de la cruz roja. Seguía con la burla. Luisa la oía, que los hombres tímidos pierden mucho tiempo en quitarse el calzoncillo delante de la amada. Escucharon a Cuidador, que la pinza no era apropiada para apretar. Lo vieron aparecer delante del parabrisas, que pusiera el motor en marcha. Unas pequeñas explosiones movieron los pistones que se estabilizó en pocos segundos. La Mora pisaba el acelerador para estabilizar la potencia. Luisa se apuró para subir. Le oyeron a Cuidador, que no movieran el autor, las llamaban del Central. La chofer emprendió acciones contrarias, movió el vehículo hasta estacionarlo en la carretera, y esperó sin apagar el motor. Desconfiado paró el impulso contra la carrocería, traía el recado de siempre: ir urgente a la oficina del Capitán. La Mora le hizo un guiño a Luisa, y volvió a mirar al recién llegado para decirle que hoy él sería muy buenito, que le diría al Capitán que no las había visto. De forma insistente le preguntó si había entendido bien. Las manos de Desconfiado se aferraron a la ventanilla. La Mora le obsequiaba una mueca, al mismo tiempo soltaba el cloche, y el pisicorre salió embalado. Lo detuvo a diez metros, y sacó la cabeza. Oye, Desconfiado, mejor le dices al jefe que nos fuimos para el borde delantero del combate. ¡Ve! ¡Vete! ¡Apúrate!

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