lunes, 10 de mayo de 2010

Se quedará en Cuba.

Por Nelson Alonso Ameijeiras y Haydée Hernández Carrillo

Hacía más de una hora que Beltrán estaba en el comedor sentado frente a su maletín, de un impulso se lo acercó y le volcó la tapa. La claridad entraba por las persianas. Oyó a su madre, apaga la luz. Antes de que accionara el interruptor se oscureció, pero lo manipuló varias veces. Detrás volvió a oír a Justina, yo sabía que eso de sacar el foco para el baño terminaría por fundirlo, no hay en ningún lugar. La madre le escuchó, luego Julián me va a traer uno. Con un gesto desagradable ella abrió la ventana de par en par y él empezó a hurgar en su maleta. Sin querer sacó las cartas que había escrito en Angola, eran veinticinco hojas, la primera estaba terminada, las restantes sólo tenían la fecha de los meses siguientes. Leyó a quien iba dirigida, Venida de los Altos, en su pensamiento se trasladó al día que la conoció. Estaban frente al edificio del ICRT esperando a Toluña, que le conseguiría un trabajo en la televisión. Debía empezar por mantenimiento, y después entraría en un curso de camarógrafo para dedicarse a los documentales, pero su afán era hacer cine. En la recepción le informaron que no había llegado, y se fue a esperarla en la entrada del edificio. En su trayecto por la calle M, antes de llegar a 23, vio a un auto que se le había explotado el neumático delantero. La conductora se bajó, dio unos pasos, y casi se cae, él pudo sujetarla antes. Le escuchó, compañero, ayúdeme a cambiar la goma, tengo que llegar a una reunión urgente. El cuerpo suave se acomodó en su fuerza. Al ver que sus pasos seguían descontrolados, la sujetó y vio el rostro nacarado muy cerca; el aire jugaba con su melena y se la amoldaba en el antebrazo. Le sonrió, dándole a entender que la soltara, él pensó en lo poco que duró ese segundo. Fueron al maletero y el neumático de repuesto estaba desinflado. Antes de inclinarse, su mirada y la de Toluña se enfocaron, uno y otro caminaron a encontrarse. Ella le separó la mano y le dio un beso en la frente. Después buscó en su cartera y enseño un busto de Vladímir Ilich Iliánov, hecho de bronce, a una escala de once centímetro de alto y montado en una plataforma de abedul. Beltrán lo sostuvo en sus manos, al ver a Venida interesada se lo pasó. Escucharon a la dueña, hace unos días me lo obsequiaron en Moscú, en lo adelante estará en mi buró, aunque de seguro mi jefe lo va a querer. Oyó a Beltrán, vine por lo de la plaza, y lo que usted sabe. Le oyeron a Toluña, eso puede ser, tú eres joven, lo primero que debes tener es una misión internacionalista, corre al comité militar y exigir tu misión; cuando estabas en el servicio militar no fuiste a la Republica de Angola, ahora podrás ir por la reserva. Le oyó a Beltrán, siempre lo pedí, así cuenta en mi expediente. Le escuchó a Toluña, nada de eso, ve al comité militar y pides que sea ahora mismo, te vas a sentir muy orgulloso, igual que tu padre, un artillero de cuatro bocas y peleó en Playa Girón con sólo dieciséis años; ve y exige tu misión, o yo misma te llevo a caballito. Le movió el brazo a la muchacha, ¿tú eres su novia? Vio su negativa. Si no lo son, lo serán, tengo muchos años de bufete y esas miraditas los comprometen; tú debes ayudarlo a que sea igual al padre, cuando le dieron la encomienda de buscar petróleo fue a cada lugar donde se suponía que podía encontrarlo, pero lo perdimos en un accidente en la carretera central. Le palmoteó la mano a la joven, tú tienes que ayudarlo. Venida trataba de explicarle que apenas llevaban una hora de conocerse. Le escucharon, así es mejor, los amores de sillones no se usan. Las dos se miraron, Beltrán sin atreverse a intervenir, pero sabía que se beneficiaba. Le escucharon, nos conocemos por un favor de cambiarle la goma. Los dos vieron las manos de Toluña que intentaban borrar lo escuchado, y después se asomaba al maletero. Le oyeron, ah, el repuesto no sirve, ahora mismo les presto el mío. Le dio las llaves de su auto y señalaba el Lada rojo, les pedía que de paso fueran al comité militar a resolver la misión internacionalista.
Beltrán tenía unos días de vacaciones, se sintió agitado por un momento. Todo había cambiado, el oficial del comité militar le aseguró que podría salir en pocos días. Cuando arrancó el automóvil de Venida, empezó a dar explosiones. Le oyó, que el mecánico había quedado en conseguirle el delco. Mientras él lo componía ella llamó a su oficina; debía ir al edificio de malecón para empezar su restauración. Beltrán supo que era arquitecta, ella se enteró que él empezó en la construcción estando en el servicio militar, y también supo de sus otros sueños. Él sentía su aliento y le escuchó, si te lo propones llegarás.
A las seis de la tarde Venida de los Altos y su improvisado ayudante terminaron las gestiones, él fue a darle las llaves, y que lo dejara cerca de su casa. Oyó, ¿alguien te espera? Negó, y le escuchó, si, una viuda que me cela desde que nací. Se miraron, quizás les daría tiempo para oír los soplidos de la mar en La Cabaña.
La brisa del mar les refrescaba la caminata, pararon en un montículo y todavía la claridad los dejaba verse. Oyó a Venida, cuánto te debo por ayudarme. Quedaron observándose, habían pasado más de diez horas juntos, él se aproximó y ella sonrió. Le escuchó, nos debemos un beso. En derredor todo se aquietaba, no se decidían. ¡Eran inocentes! Venida le escuchó, yo te doy un beso y tú me das otro. Quedaron a la espera. Al ver que no se decidía, ella lo besó en la frente, él hizo lo mismo. La noche les daba un pedazo de escondite y sus manos se aprovechaban. Después la cargó y se apuró sobre las rocas, el olor a salitre lo detuvo y volvieron a acostarse. Sentados en uno de los montículos se confesaban sus pasados. Le oyó a Venida, tengo una balsa en el maletero, ¿por qué no amanecemos aquí?
Beltrán guardó los papeles y se quedó con la foto de Venida, la había llevado a Angola en su billetera. Los compañeros se reían: esa fantasma es una haragana, ¡no!, no le gusta escribir. En los últimos meses de la misión se descompadró con algunos. Después acontecieron los combates en Kuito que desviaron la atención. Leyó la dedicatoria que le había escrito cuando salían del túnel de La Habana, “para que me mires cuando me quieras hablar, eso me hará vivir”. Oyó a su madre, hijo, llevas una hora con el desayuno servido y sigues de bobera con esa foto, ¿quién es? Se le arrimó más a la cabeza, él escuchó, dónde la he visto, creo que a esa la conozco. Le arrebató la fotografía. Beltrán quedó a la espera de uno de sus inventos, lo hacía cada vez que una mujer se interesaba en él. Escuchó, eh, eh, esa vino aquí a averiguar cuando estabas en Angola. Beltrán empezó a acariciarle la mano, insistía para hacerla hablar. Oyó, ¡espérate!, estoy buscando en mi cabeza, si, si, estuvo aquí en esos días, recuerdo que andaba en busca de tu dirección, -la vieja movía la cabeza-, no se la di, no quería que te molestara, tu estabas en peligro para que tuvieras la mente en mujeres de ocasión; me contó como se habían conocido, que tu salida fue rápido; mejor que se fuera al diablo, inventó que el comité militar no sabían dónde estabas allá, a mi con ese cuento. La madre le atendió, ¡no!, no lo sabía, muchas veces que te lo pregunté en las cartas. La madre subía el tono. La oía, todas las mujeres tienen su cuento, desde que la vi parada en la puerta supe a qué venía, tenía que quitarte ese estorbo; decirme a mí que las fuerzas armadas no saben dónde están sus soldados, ¿yo soy tonta? Era imposible averiguar algo. Volvió a oírla, si, si, recuerdo, que te quité un problema de encima, y deja eso; me voy al campo para ver si consigo alguna viandas, me llevó ropas que ya no usas, es lo que piden los guajiros, y botas, -le indicaba hacia el sofá-, mira bien lo que me llevo. Cuando vio al hijo sacar la billetera y colocar la fotografía, se le escuchó, así es como me pagas, pones un fantasma sobre mí.
Pasaban las ocho de la mañana y las calles de la Habana se repletaban de gente. Los ómnibus paraban alejados y la multitud corría para asaltarlos, los más atrevidos se iban colgados. Beltrán decidió caminar por Malecón y dobló en 23 para llegar al ICRT. Las bicicletas cargaban tres y hasta cuatro personas, los caminantes se multiplicaban por las aceras. Muchos de los centros de trabajo estaban cerrados, y en las cafeterías ni agua ofertaban. El dólar presionaba en la calle y la moneda nacional se debilitaba. A más de treinta años de bloqueo yanquis se le añadía que uno traidores habían dinamitado a la Unión Soviética.
Beltrán suspiró, en la recepción le dieron el pase. Toluña estaba en su oficina, sostenía el Lenin, de un tirón le desprendió la base y la tiró al cesto. Cuando iba a lanzar el busto Beltrán se lo arrebató. Le escuchó, vienen otras épocas, esto se debe botar, no vamos a morirnos de hambre. Seguía sorprendido, la había conocido a través de sus padres, había sido simpatizante del Partido Socialista Popular, él conservaba el libro de Lenin con la dedicatoria de ella “El estado y la Revolución”. No podía creerlo, volvieron a mirarse. Oyó a Toluña, ¿y esa cara, qué te pasa? Ella escuchó, ¡tú no vales nada!
Parado en la acera miraba el busto, repasa la parte de abajo, y se molestaba por haber dejado la base en el cesto de la basura. Al levantar la mirada, no pudo creer lo que veía, allí estaba Venida de los altos. Apretados, haciendo remolinos se corrieron hacia la pared y empezaron a besarse. Le oía, he estado muerta estos años, no, no me sueltes. Todavía entre suspiros le enseñó el busto y Venida lo sostuvo. Le oyó, he tenido una desilusión con Toluña. Beltrán le oyó, ahora es nuestro, Lenin nos encontró de nuevo. Volvió a apretarla, quería saber de su vida. Caminaron hasta donde había dejado el automóvil cuando la caja de velocidad empezó a chirriar; el mecánico le había advertido que lo parara, pero quiso volver al lugar donde se habían conocido. Volvió a sentir que el brazo de ella lo apretaba, y lo hacía caminar. Le oyó, estoy viviendo con mis padres en Matanzas, pero ya no voy para allá; si te vas conmigo si. También Beltrán quería contarle de cuanto había padecido. Cuando se detuvieron al lado del vehículo él vio en el asiento trasero una lámpara de techo con cinco bombillas. Venida reía del cuento que él le hacía, del insulto de su madre al momento de fundirse el foco emergente. Cuando le prometía llevarle uno, le oyó, no le enseñes el busto, que se apodera de él y lo pone en su altar al lado de San Lázaro, igual le hizo a Martí y Maceo. Le escuchó, le daré las cinco bombillas, la lámpara, todo, menos a Lenin.

domingo, 9 de mayo de 2010

EL ALMA DE LA REVOLUCIÓN.



“Dulce como la miel y dura como un diamante” fue el calificativo elegido para referirse a Celia Sánchez Manduley por su sobrino, Sergio Sánchez del Campo.
HOY se conmemora el natalicio, en su aniversario NOVENTA, de esa mujer excepcional, que dedicó su vida a la obra de la Revolución y a velar por los derechos de los más humildes.
NO se puede hablar de la lucha contra la tiranía batistiana, sin aludir al papel fundamental que jugó Celia en la clandestinidad, en la Sierra Maestra y en la construcción de la sociedad que soñó.
Grande en su modestia y sencillez, generosa, alegre, apasionada y exigente en cuestiones de principios, poseía un intenso afán creador y dejó su huella en cada rincón de Cuba. Celia fue la imagen del pueblo y el alma de la Revolución.

DEDICACIÓN FILIAL A TODA PRUEBA.

Una de las facetas menos conocidas de la vida de Celia Sánchez fue su amor por la familia. Sus sobrinos, Sergio y José (Pepín) Sánchez del Campo comentaron a Radio Reloj que Celia se trasladó desde Granma a Santiago de Cuba para ayudar a su hermana Silvia en cada uno de sus partos. Durante su infancia, Sergio y Pepín pasaron las vacaciones en el pueblo de Pilón.
En los días tórridos del verano, Celia los llevaba a la playa y los enseñó a pescar. A sus sobrinos les daba apodos cariñosos. Ellos la llamaban MA MíA y la consideraban una autoridad dentro de la familia.
Sergio Sánchez afirmó que Celia fue una persona fenomenal que influyó decisivamente en su educación, en la formación de sus concepciones y le enseñó el significado de las palabras entrega y sacrificio por un ideal.

LA MADRINA DE LA CALLE ONCE.

Junto a los vínculos que sostenía con sus hermanos y sobrinos, Celia Sanchéz desarrolló otros lazos; pues creó una familia integrada por sus hijos adoptivos.
Desde MIL NOVECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE recibió en su apartamento de la calle ONCE, en el Vedado habanero, a niños campesinos y de otros países. EXIQUIO y ONDINA Ménedez, Teresa y Fidel Lamorú, Eugenia Palomares, Antonio Luis García y Ramón Fuentes, arribaron a la casa de Celia y permanecieron a su lado durante más de QUINCE años.
A pesar de sus múltiples responsabilidades, Celia siempre se ocupó de sus hijos adoptivos. Acudía a las reuniones de padres que se celebraban en la escuela donde estudiaban y lo apuntaba todo en su agenda. A sus niños les inculcó el amor por la historia de Cuba, los educó como revolucionarios y los aconsejó sobre el camino a escoger en la vida.

CELIA: UNA MADRE EXCEPCIONAL

Este año cuando se conmemora el natalicio de Celia Sánchez Manduley, en su aniversario NOVENTA, los niños que crió la recuerdan como una madre. Teresa Lamorú expresó a que cuando se encuentra ante alguna disyuntiva, siempre piensa en cómo hubiera actuado Celia y en ser consecuente con los principios que le inculcó.
EXIQUIO Menéndez la añora como su más entrañable amiga, la persona en la que siempre confió. Ondina le agradece a Celia que le mostrara el verdadero significado de las palabras sencillez y modestia. Fidelito consagró su vida al trabajo, y Ramón Fuentes rememora cómo ella lo ayudó a ser un hombre valiente.
En el día de las Madres, sus familiares e hijos adoptivos están orgullosos del legado de Celia Sánchez y de ser, al igual que ella, defensores incondicionales de la Revolución