Por :Nelson Alonso Ameijeiras.
La madre de Folgado lo recibió, y le informó que si la necesitaba estaría en el último cuarto. Era el primero en llegar, en los siguientes minutos llegaron los demás, portaban cuchillos comandos, y dos con revólver. Al menos contaban con tres armas de fuego. Hablaban en voz baja, se repartieron unos lejos de otros. De madrugada todos se sabían despiertos. Eloy descubrió una rendija en una de las ventanas que daba a la calle. Oyó un ruido, se trataba de un motor de combustión que podía ser el jeep de la patrulla. Echó hacia atrás y montó la diestra en su arma. Acompasó la mirada y la escucha: descubrió un grillo. Ni en la finca
Volvieron a sonar los campanazos, inclinó las persianas y vio un relámpago. El Loriló se sostenía en el aire igual a un colibrí, su voz era estridente. Le oyó, debes irte de ahí antes de las ocho de la noche.
Mientras sonaban las cinco campanadas, no miró el reloj, se quedó quieto igual a cuando lo encerraron en la cárcel de Boniatos. En esos días conoció a muchos revolucionarios, a uno de
La claridad del día empezó más tarde, cerca de la media mañana la dueña de la casa regresó. Le escucharon, que las calles estaban llenas de soldados, y toda la gente comentaba que en Santiago de Cuba había un alzamiento. Eloy Paneque se molestó, acaso se habían olvidado de ellos, pero como jefe del grupo tenía bien claro que debía esperar la contraseña. Los compañeros le oyeron, voy a buscar a Folgado.
La orden que trajo era desmovilizarlos a todos. Algunos no estaban de acuerdo, les molestaba que mientras otros peleaban, ellos seguían de moscones. Acaso alguno de los jefes del movimiento retardaba la orden. Oyeron a Eloy, que lo mejor sería irse, para el monte. Después de un silencio Papito Jiménez lo apoyó, y también a Juan Cruz. Los tres salieron camino a
Eloy movió su grupo hacia la finca de uno de sus hermanos, al llegar se enteró que un muchacho lo andaba buscando, y más adelante los guardias lo toparon. Al tratar de subir a una mata de coco, a mitad de fuste lo tumbaron. El grupo continuó la marcha, algunos campesinos le informaron de un desembarcaron en las Coloradas, que casi todos los expedicionarios fueron aniquilados, que Fidel estaba muerto, y hasta lo habían visto ahorcado en un árbol. Volvieron a moverse, ahora en busca de los sobrevivientes. En el trayecto Eloy recordaba las historias que había oído en su familia de cuando el tirano Gerardo Machado perseguía a Antonio Guiteras, que junto a decenas de seguidores acampó en la manigua de Bayamo, y en la finca
Les llegó la noticia de dos expedicionarios que estaban como a dos leguas de allí. El jefe de la escuadra dio la orden de ponerse en marcha, y se llevó al campesino de guía. Horas más tardes encontraron a Rolando Moya y el italiano Gino Doné, estaban vestidos de campesinos y hambrientos. Les escucharon, que habían caído en una emboscada. De Fidel no sabían, pedían ropa y dinero para llegar a
Unos días después los dos expedicionarios ya iban rumbo a la capital. La familia de Eloy le insistía, que saliera del monte. Debía tomar su decisión, estaba recostado a un árbol y se le apareció una iguana que se le insinuaba para que la siguiera. Caminó unos pasos detrás de ella, y enseguida vio al Loriló batiendo sus alas. Le escuchó, te vas a la capital, aquí la muerte te persigue y vamos a despistarla; si demoras en regresar salgo a buscarte. Eloy pensaba, quién pudiera ser adivino. ¿Y lo que escuchó del Loriló?
La escuadra se desintegraba, Orlando Lara quiso averiguar que había pasado con los expedicionarios; y Julio Zenón era un justiciero a quien los soldados no deseaban topar, y menos los bandoleros. La partida de Eloy estaba arreglada, el maquinista disminuiría la velocidad del tren para que pudiera subirse.
El camino a la capital fue largo, llegar a Manzanillo y buscar otros transportes de pueblo en pueblo. Allí el hermano de Eloy tenía un amigo del partido ortodoxo, ya sabían que Fidel había recibido el refuerzo de combatientes que le mandó
Habían pasado nueve días de su llegada a
El tren está detenido, y los pasajeros se amontonan al bajar; el soldado se ha atravesado en el medio del andén. Al pasar Eloy le escucha, ¡eh!, zapatico. Contrariado sigue caminando, dos cuadras después pasa frente a la tienda de ropa donde una compañera le dará la contraseña. Ha notado que el billetero lo sigue, está molesto, debió haberse ido directo a
El movimiento 26-7 en Manzanillo le facilitaría su traslado hacia
Estando en casa de Correa llegó un muchacho de Yara, y al rato otro de tipo estrafalario hablando una jerga de guapetón que respondía por el sobrenombre de Caló. Le oyeron, que se encontró ese caballo ensillado y aprovechó para llegar rápido. Al muchacho de Yara le molestó, eso era robo. Al atardecer le escucharon a Correa, que necesitaban buscar comida. Oyeron al Caló, que cerca de allí había dos machos gorditos, y los dueños los dejaron botados cuando le salieron huyendo a los bombardeos de la aviación.
Después de andar por los montes casi perdidos, encontraron el corral. El Caló le agarró una de las patas delanteras al cerdo, lo volcó sobre la tierra, y desde la primera cuchillada no lo dejó ni suspirar. Al momento de repartir la carne, el Yara ya estaba violento, y empezó la discusión. Los dos se pusieron en guardia con sus cuchillos, Eloy tuvo que mediar. A casa de Correa llegaron de madrugada, y todavía seguía la discusión. Le oyeron al Yara, que no andaría con bandoleros, los hombres de la guerrilla debían ser honrados. Eloy trató de convencerlo, que se comprometía a pagarle a los dueños cuando regresaran, con otro puerco o con dinero. De todas formas el Yara se fue, y con los primero claros también lo hizo el Caló.
Al paso de unos días se les incorporó Lázaro Satur, y empezaron a llamarlo Habana, a Eloy lo apodaron Bayamo. Después llegó Lalo Sardiña acompañado de cuatro guerrilleros. Esa tarde recibieron una arria de mulos con una carga de uniformes, botas, azúcar y otras mercancías. Bayamo se vistió de verde olivo, se calzó las botas, y echó los zapatos en su mochila para cuando terminara la campaña. Lalo dio la orden de salir, y ahí empezaron la caminata por las lomas en busca de Fidel.
Bayamo se esforzaba para mantener el equilibrio en los farallones. Cuando llegaban al Hombrito, a unos ciento cincuenta metros divisaron a dos hombres armados. Lalo da la orden de atraparlos. Uno de ellos se lanza por el barranco, y el otro trata de escapar por el lado opuesto. El revólver de Bayamo ya le apuntaba, y con la otra mano le arrebataba el fusil. Para hacerlos confesar se hicieron pasar por guardias, fue ahí cuando el prisionero se puso roñoso, bajó la cabeza y se mantuvo en esa actitud. Eloy estaba contento con el springfield y Correa aprovechó para pedirle revólver. Habían pasado meses inseparables, y de pronto observa como lo descoyuntan y muestra todas sus balas. Correa se apresura a probarlo, el disparo no sale y sigue apretando el disparador. Uno tras otro vuelve a perforar todos los proyectiles, y nada. Bayamo casi ni podía creerlo.
Lalo ordena detener la marcha. Al rato se les apareció la vanguardia de la columna, con ellos venía el que se les escapó en el farallón. Fidel mandó a buscar a Lalo y a Mendoza, el detenido, que pertenecía al pelotón del Che. Bayamo se preguntaba por qué no les aclaró su condición de combatiente. A Eloy también lo mandan a buscar, y es la primera vez que ve al Comandante de cerca. Recuerda otra vez cuando lo vio de lejos, en un acto de la ortodoxia en Bayamo, cuando todavía Eduardo Chivas estaba vivo. Ahí le escuchó, que de momento tenían las escobas, pero podían cambiarlas por las armas. El jefe lo observa, le oye, a qué pelotón te quieres incorporar. Había conocido a Gustavo Ameijeiras en la cárcel de Boniatos, después de los sucesos del Moncada, y a su hermano Machaco cuando fue a Bayamo a llevar
Bayamo recorría el sendero cuando entre los matojos le salió el jefe de la retaguardia, Efigenio, uno de los expedicionarios del Granma. Después que lo atiende, le oye, bienvenido al pelotón. Allí abraza a Barrera, su amigo de Santiago de Cuba, uno de los cincuenta del refuerzo que mandó
La columna empezó a moverse, así pasaban los días y las noches de un lugar a otro. Bayamo supo que pasaría un curso de guerrillero, con tiros calibre 22; antes había hecho algunas prácticas en
Fulgencio Batista, el del golpe de estado, quería demostrarle al mundo que los muerde y huye estaban desmoralizados y tratando de salir de la zona. Pero días antes le habían infringido una derrota en el cuartel del Uvero, y ahora movilizaba los batallones de soldados.
Los guerrilleros avanzaban haciendo círculos con el propósito de acercarse a San Lorenzo; les habían ordenado silencio absoluto porque los perseguía un batallón con artillerías de montañas. Fidel reforzó el pelotón de la retaguardia: le agregó tres compañeros, y dispuso que se emboscaran en la cima de la loma. Hasta los guerrilleros llegaba el alboroto del batallón. Delante venía un chivato, que se enfurecía cuando la tropa no avanzaba. Las informaciones aseguraban que ese sicario rastreó a muchos de los expedicionarios que fueron asesinados. El soplón percibió un silbido y giró con intención de avanzar, pero un fusil le apuntaba y el jefe del pelotón de la retaguardia le hacía señas, que se adelantara. En eso otro rebelde lo abraca por las piernas y lo derrumba. Bayamo quiere ir al seguro, tiene la orden de tumbar al primer soldado. Le da en el casco, al unísono los fusiles guerrilleros empiezan a disparar y la confusión de los soldados los hacer atropellarse entre ellos. Eloy monta otro cargador, ya el batallón ha emplazado su artillería. Los morterazos empiezan a caer, el chivato se está rodando, casi correr a gatas. Un rebelde da la alarma y dos fusiles lo cazan. Llevaban 15 minutos de combate, Efigenio ordena retirada.
Fidel ha movido a algunos guerrilleros para capturar a malhechores que cometen fechorías a nombre del 26-7 en el territorio de
La tarde estaba en su final. Bayamo llevaba días sin fumar y a esa hora saboreaba un tabaco, el humo le contentaba las ideas. Empezó a pensar en Bertumeo, en su Ceiba de ocho metros de ancho y cuarenta de alto, con barbacoa intermedia y ventanas; en la planta baja su mesa con cinco taburetes ocupados por las gallinas y los cerdos; en la parte de afuera siempre los cocodrilos hacían de porteros. Fue allí donde por primera vez supo de la existencia del Loriló, Bertumeo afirmaba que lo enseñaría a escribir, solo necesita prepararle algunos aditamentos. Volvió a darle una larga chupada a su breva, así alejaba a los mosquitos.
La noche parecía descender en paracaídas. Bayamo reconoció la voz de Lázaro, que venía insultando al que caminaba delante con dos mochilas repletas. Le oye, éste es un chivato, nos seguía el rastro, desde hace días quería cazarlo. Lo interrumpe, yo lo conozco, es el Yara. El carcelero lo libera de la carga y Bayamo le estrecha la mano. Le oye, necesito ir al matojo, he caminado más de media legua sin parar y me duele la barriga. Mientras el fumador se sigue entreteniendo con sus bocanadas, los segundos están pasando. Vuelve a mirar hacia el trillo, y enseguida sale a buscarlo. Dando tumbos registra el contorno, se convence de su simpleza, En eso recuerda que debe relevar al compañero de guardia, y su mano aprieta más el fusil.